Elaboran un mapa que revela la salud del suelo del norte argentino

Un equipo de investigación del INTA Balcarce detectó caídas de hasta un 60% de fósforo y de hasta el 28 % de materia orgánica, debido al uso agrícola. El estudio advierte sobre la necesidad de intensificar las secuencias de cultivos de gramíneas y aplicar mayores dosis de nitrógeno y fósforo, entre otros aspectos.

Los suelos son fundamentales para el desarrollo humano. Son la base de la producción alimentaria, de hecho, el 95 % de los alimentos que se consumen en el mundo involucran directa o indirectamente a los suelos. Por esto, especialistas del Instituto de Innovación para la Producción Agropecuaria y el Desarrollo Sostenible (IPADS) –una unidad de doble dependencia entre el INTA y el Conicet– ubicada en Balcarce, Buenos Aires, realizaron un relevamiento sobre suelos en distintos sitios del noreste y noroeste del país. El mapeo detectó caídas de hasta un 60 % de fósforo (P) y de hasta el 28 % de materia orgánica, debido al uso agrícola.

El relevamiento –realizado gracias al aporte financiero de la Asociación Civil Fertilizar– se extendió de julio a noviembre de 2022 y consistió en la toma de 295 muestras de suelos prístinos y 295 en suelos con más de 10 años de agricultura en algunas zonas del NOA y NEA. Se determinó el pH, P-Bray I y el contenido de materia orgánica

“La fertilidad del suelo se relaciona con su capacidad para cumplir determinadas funciones en el agroecosistema, como limitar los efectos del cambio climático, preservar su biodiversidad, así como mejorar la seguridad alimentaria y nutricional”, destacó Carolina Sasal –coordinadora del Programa Nacional de Recursos Naturales y Gestión Ambiental del INTA– quien puntualizó en la necesidad de conocer con precisión el estado nutricional actual de los suelos de todo el país: “Esta información, que se logra gracias a un esfuerzo público-privado, es un paso más para ir completando el mapa sobre la salud de los suelos de la Argentina”.

De acuerdo con Fernanda González –directora ejecutiva de Fertilizar– “este tipo de estudio tiene un gran valor cuando se analiza el recurso natural a escala de regiones y de país”. Y agregó: “Si bien no reemplaza un análisis de suelo, nos permite entender cuál es la dinámica y el impacto de las actividades agropecuarias, como agricultura y ganadería, sobre nuestros suelos”.

“Cuando producimos alimentos manejamos sistemas que tiene una dinámica propia, por eso es importante entender el impacto de la producción de alimentos tal cual se maneja en cada región para comprender mejor los sistemas”, subrayó González para quien este relevamiento “busca construir información que respalde la toma de decisiones de manejo agropecuario y que permita pensar en políticas agropecuarias respecto al uso de los recursos naturales”.

Desde principios de los 90 la superficie agrícola se expandió en el noreste y noroeste (NEA y NOA) del país. En la región del NOA sur, la secuencia más frecuente es soja/trigo o garbanzo/maíz/soja, mientras que en el NOA norte el poroto puede reemplazar a la soja, resultando una secuencia poroto/trigo/maíz. En el oeste del Chaco y este de Santiago del Estero la secuencia preponderante puede ser soja/maíz o soja/algodón/maíz. Según la disponibilidad de agua se hace trigo para grano o como cultivo de cobertura. En el norte de Santa Fe y Córdoba la secuencia más usual es girasol/algodón/trigo y soja/trigo-soja/maíz, respectivamente.

Hernán Sainz Rozas –especialista del INTA Balcarce y uno de los impulsores del estudio– detalló: “Como común denominador, en general, se observa una gran preponderancia de leguminosas en estas regiones, cultivos que realizan poco aporte de carbono al suelo”. Y agregó: “Las bajas dosis de nitrógeno (N) y fósforo (P) utilizadas en estas zonas pueden ocasionar limitaciones en la productividad de los cultivos y balances de nutrientes negativos para el suelo”.

“La reducción de la materia orgánica generada por la actividad agrícola fue del 12 % al 28,0 %, según las zonas. Los valores de reducción más elevados son similares o algo inferiores a los informados para la región pampeana, a pesar de la menor historia agrícola de estos suelos”, indicó Sainz Rozas y agregó: “Esto sugiere una mayor susceptibilidad de estos suelos a la pérdida de materia orgánica”.

En cuanto al pH, el especialista del INTA expresó que en general no mostró cambios debido a la actividad agrícola y en algunas zonas se determinó un leve incremento respecto de los suelos prístinos.

Por otro lado, la disponibilidad de fósforo mostró una severa caída debido al uso agrícola de los suelos, con valores de 10 a 80 mg/kg para los suelos agrícolas y de 20 a 130 mg/kg para los suelos prístinos. “La reducción de la disponibilidad de fósforo causada por la actividad agrícola varió del 16 al 62 %, según las zonas, lo que está en línea con las bajas dosis de fósforo aplicadas”, indicó Sainz Rozas y advirtió: “De seguir esta tendencia, en pocos años este nutriente podría ser deficiente en muchas regiones del NOA y NEA argentino”.

Los resultados del relevamiento plantean la necesidad de monitorear los niveles de materia orgánica, pH y P-Bray y adoptar prácticas de manejo tendientes a revertir el proceso de degradación, como intensificar las secuencias de cultivos con mayores frecuencias de gramíneas (uso de cultivos de cobertura o planteos mixtos agrícola-ganadero) y aplicar mayores dosis de nitrógeno (N) y fósforo (P), mediante un correcto diagnóstico e interpretación del análisis de suelo.

“Queda claro que el uso agrícola de los suelos del NOA y NEA redujo los contenidos de MO y P-Bray y no produjo cambios significativos del pH”, puntualizó el especialista del INTA.

Un día dedicado a la “fábrica de alimentos”
Establecido por la ONU en 2014, cada 5 de diciembre se celebra el Día Mundial del Suelo. En 2023, la campaña tiene como objetivo concienciar sobre la importancia y la relación entre el suelo y el agua para lograr sistemas agroalimentarios sostenibles y resilientes.

Las prácticas sostenibles de gestión del suelo mencionadas, como la rotación de cultivos y los cultivos de cobertura, las enmiendas orgánicas y la fertilización de cultivos, mejoran la salud del suelo, reducen la erosión y mejoran el ingreso y el almacenamiento del agua. Estas prácticas también preservan la biodiversidad del suelo, mejoran la fertilidad y contribuyen a la retención de carbono, factor clave en la adaptación y mitigación del cambio climático.

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