El cambio climático y la ganadería

En la Edad Media llamaban aquelarre a reuniones nocturnas en las cuales se practicaban rituales y hechizos paganos. De allí derivó una feroz reacción que culminó en una despiadada “caza de brujas” que marcó una época. Uno podría preguntarse si en este tiempo las vacas no son parte de un aquelarre parecido, vista la agresividad de algunas campañas anti- carne que se agudizan en el hemisferio norte y se proyectan sobre el sur global.

Por Dr. Ernesto F Viglizzo / para Fundación Producir Conservando

Quizás la historia comenzó en 2006 a partir de un influyente informe de FAO titulado La Larga Sombra del Ganado en el cual se responsabilizó al ganado bovino del 18 % de las emisiones de carbono que explican el calentamiento global y el cambio climático. Un posterior informe FAO del 2013 moderó la crítica y bajó ese porcentaje a un 14.5 %, pero sin resolver un problema que, en esencia, es metodológico ¿Cuál es ese problema? Que además de las emisiones propias (metano y óxido nitroso), se le atribuyen al ganado emisiones que no le pertenecen, como las generadas en la manufactura de insumos para producir alimentos (fertilizantes, plaguicidas, combustibles) y en procesos post prediales que no controla el productor ganadero, como los que corresponden a frigoríficos, transporte y comercialización de la carne.

Si al ganado se le asignan además, como en ambos reportes de FAO, emisiones por deforestación, sobrepastoreo, degradación de cuerpos de agua y pérdida de materia orgánica de los suelos, la ecuación resulta muy onerosa para la ganadería, ya que el productor debe hacerse cargo de pecados que no ha cometido. Esta es la visión que domina el análisis del ciclo de vida de un producto (ejemplo, la carne) o una actividad (la ganadería). Pero el problema puede ser mirado desde otras perspectivas. Si omitiéramos achacar a la ganadería todas esas cargas de carbono y nos remitiéramos estrictamente al metano y óxido nitroso que sí producen los rumiantes, las propias estadísticas de la FAO del 2019 demuestran que todo el ganado bovino que habita el planeta no habría superado el 4.5 % de las emisiones globales. Como el debate no está resuelto, la confrontación discursiva entre los productores y los consumidores de carne es inevitable.

¿Cuánto contribuye el ganado vacuno Argentino a las emisiones globales del planeta?
Los cálculos varían según las fuentes utilizadas, pero oscilaría dentro de un insignificante rango de 0,09 a 0,15 % del carbono total. Estos números liberan a la ganadería argentina de la crítica y la penalización, más allá que le atribuyan responsabilidad en la destrucción residual de bosques nativos y la pérdida de biodiversidad.

Un tema actual de debate en materia de emisiones ganaderas es la persistencia en la atmósfera del metano liberado por los vacunos y otras especies rumiantes. Las evidencias demuestran que el metano –gas invernadero varias veces más potente que el anhídrido carbónico (CO2)- tiene en realidad una persistencia no mayor a 10 a 12 años en la atmósfera, contra unos 1000 años que se atribuyen al CO2 y los 100 años del óxido nitroso. A partir de esto ¿se modificarán los cálculos en los inventarios nacionales? No lo sabemos, pero seguramente habrá revisiones que ordenarán los procedimientos. Por otro lado, el carbono que integra la molécula de metano no proviene de los combustibles fósiles, sino de la fotosíntesis de las plantas que luego consume el ganado. Es decir que los rumiantes no adicionan más carbono, sino que reciclan el que ya existía en la atmósfera.

Ahora bien, si analizamos el balance de carbono debemos mirar tanto las emisiones como el secuestro de carbono. Una pregunta es inevitable: ¿Cuánto carbono pueden capturar y almacenar nuestras tierras de pastoreo, que cubren más del 80 % del territorio nacional? El carbono capturado a través de la fotosíntesis puede ser almacenado en tres compartimentos del ecosistema: la biomasa aérea, la biomasa subterránea y el suelo. El proceso es dinámico e incluye también pérdidas por descomposición de los materiales orgánicos, que devuelven a la atmósfera parte del carbono almacenado. La clave está en conocer el balance de carbono neto, es decir, la diferencia entre lo que se gana y lo que se pierde en un año. La biomasa aérea y la subterránea son compartimentos relativamente frágiles pues están expuestos a perturbaciones del ambiente (desmonte, fuegos, pastoreo, inundaciones, etc.). El tercer compartimento –que incorpora carbono como materia orgánica del suelo- es más estable por estar menos expuesto a esos factores.

No sabemos exactamente cuánto carbono pueden almacenar nuestras tierras de pastoreo, pero algunos estudios sugieren que esa ganancia podría ser significativa. Si tenemos en cuenta las áreas de producción mixta (cultivos y ganado) que suman más de 30 millones de hectáreas, la extracción acumulada de carbono debida a los cultivos agrícolas podría ser compensada por el carbono que ganan las pasturas que rotan con esos cultivos. Existen estudios que demuestran que en esas regiones la aguja se inclinaría a favor de un secuestro compensatorio de carbono. Por falta de mediciones y evidencias numéricas, el proceso no es tan claro en zonas semiáridas y áridas destinadas a ganadería extensiva. Sin duda, el grado de saturación en carbono de los suelos y las propiedades de cada suelo determina en esas regiones el potencial de secuestro ¿Cuán cerca o cuán lejos de la saturación de carbono están los suelos de nuestras tierras ganaderas? No lo sabemos, aunque podemos presumir condiciones heterogéneas.

Los compromisos de mitigación y la capacidad negociadora del país podrían resultar favorecidos si demostráramos que nuestras tierras de pastoreo tienen una capacidad de captura y almacenamiento de carbono mayor al que hoy computan nuestros inventarios nacionales. Colateralmente, esto revalorizaría el rol de la ganadería pastoril en tiempos de creciente sensibilidad social frente a las inquietudes que plantea el clima global.

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